jueves, 16 de octubre de 2008

LOS MARXISTAS

GRACIAS A LOS CUMPAS DE CHILE POR EL ARTICULO:

LOS MARXISTAS

El saber no obliga a nada ni a nadie, cuanto a moral o conducta. Es una aptitud, no más, que no implica, ni con mucho, una posición buena ni mala. Por eso la fe en la ciencia es tan salvaje o grotesca como la fe en la leyenda.O, tal vez, un poco más, aunque parezca que exageramos. No hay ni centros ni derechas que den, como las izquierdas, en que actúan –o actuaban– los marxistas, tantos y tan pueriles fanáticos. Nunca nadie creyó más en sus dioses y profetas que esta gente en el Estado y sus jefes. Nunca tampoco hubo siervos autómatas y secuaces más científicos. No nos cuesta confesarlo: cual más, cual menos, todos tienen 'su' talento.¿Qué les falla, que no enriquecen la vida con acciones o emociones de libertad o belleza? La posición, sobre todo: el hombre, que no comprenden, ni se sienten, ni se aman. Parecería que se odiaran, a tal punto se someten a los más viles y negativos martirios. En la esperanza de un mundo, que está al otro lado de éste, matan o mueren, se cierran o se entregan con una impudicia que espanta.Pero, ¡atención! No queremos compararlos con los mártires cristianos. ¡Ah, no! Aquéllos no sabían nada; eran inefables brutos; chorreaban simpleza humana. Éstos saben: son rematados cultos; chorrean inteligente cinismo. Había una furia de negación en los otros, que no pretendía la ganancia ni el engaño; en éstos hay una furia de fullería y de enjuague que quiere afirmar su triunfo a costa de cualquier vileza o trampa. Y la diferencia, que es entre saber e ignorar, es también entre lo repugnante y lo admirable.Los primeros en reconocerle a Marx su aporte al conocimiento de la economía y la historia, fueron los anarquistas. Carlos Caffiero, contemporáneo suyo, extractó y tradujo El Capital, antes que nadie. Y Bakunin, su contendedor más acérrimo, no pensó en negarle nunca la calidad de su ciencia. Que no era tanta, como los marxistas creen, ni de ninguna manera original tampoco. Pero sistematizaba muchos conceptos y datos en una teoría eficiente. Y se lo reconocieron.¿De dónde les nació, entonces, el repudio insuperable, que aun hoy mismo nos separa? ¿De qué rincón de la conciencia o la sangre? Bakunin se lo expresó, una de las tantas veces que Proudhon intentó reconciliarlos: –Tú sabes más que yo; pero yo soy más revolucionario.Ahí es la cosa. Entre las aptitudes de ellos y las posiciones nuestras es el conflicto. Entre quienes creen que el hombre, que se forjó las cadenas, puede romperlas, contra quienes creen que el propio proceso histórico ha de hacer crisis en una liberación. Aquello obliga a la lucha por la dignidad humana, siempre más consciente y viva; esto obliga a un fetichismo hacia el progreso y sus técnicas, tan salvaje o tan grotesco como la fe en el Mesías.No creemos, con Waldo Frank, que este mesianismo advenga de una secta o de una raza. Según él, porque Marx era judío, su tesis materialista no es más que un formal fraseo. Lo entrañable, que la nutre, es de vieja raíz profética. Después del industrialismo la libertad, no sería más, ni menos, que lo de Cristo, también hebreo y, como tal, mesiánico: Tras este valle de lágrimas, el paraíso...No creemos. Es la doctrina. Es en ésta que va anejo el sometimiento tácito, sin esperanza, desesperante. Ella, la que fulmina y arrea a sus militantes, desde la altura en que, siempre, invariablemente, coloca a un jefe. Porque, donde hay dos marxistas, uno es quien manda. Ésa es la ley. Y, cuando son millones, ése es también el Estado. Los demás son materiales, de choque o base, que ése organiza o destruye, levanta o hunde. Haga lo que haga, ahí están ellos para justificarlo a ése.¿Qué ocurre ahora? Lo de siempre del marxismo... No hace todavía un mes estaban, codo con codo, con los demócratas. A esta fecha, lo mismo, codo con codo, forman en la otra vereda. ¡Y tan tranquilos!Al contrario de indignación o vergüenza, los topa usted y se los halla rezumando regocijantes albricias: –¿Se da cuenta, camarada? Con esta nueva política mandamos a los burgueses de Europa a exterminarse en la guerra. Después, sobre su exterminio, avanzaremos nosotros y... ¿Se da cuenta? ¡Ese Stalin!¡Cinismo idiota! Porque no son los burgueses los que van a aniquilarse, sino los pueblos, los pobres. Y porque, aunque fueran ellos, los ricos, el triunfo de los marxistas sería la aniquilación del Hombre; la feroz esclavitud que impera en Rusia. La dictadura.Es la doctrina. Es el Estado, en que adoran, que les factura esta mística espantablemente abyecta. Contra aquél y ésta, nosotros. Igual que Bakunin contra Marx. Siempre. ¡Toda la vida!
Rodolfo González Pacheco, de Carteles I